MEDICAMENTOS Y LACTANCIA
El sentido común sugiere que el tratamiento farmacológico que recibe una madre que amamanta puede ser riesgoso para el bebé, sobre todo en los primeros meses de vida y si la guagua ha sido prematura. Sin embargo, desaconsejar el uso de algunos medicamentos maternos, o peor aún, quitar la lactancia cuando el medicamento materno es imprescindible, debe apoyarse en lecturas especializadas y meditadas por parte del médico o farmacéutico sobre los eventuales riesgos y no en información no referenciada o en prejuicios clínicos.
Para que un remedio ingerido por la madre pueda afectar al lactante, primero debe haber sido captado por el lactocito mamario y luego excretarlo a la leche materna. El lactocito tiene dificultades para excretar muchos medicamentos que llegaron a él a través de la sangre y los linfáticos. Asimismo, las cremas y ungüentos dermatológicos sencillamente no llegan a él o lo hacen en concentración tan insignificante que no afectan al bebé. La única excepción es el yodo.
Además, hay otra barrera importante: las sustancias que tienen baja biodisponibilidad oral, aunque hayan llegado a la leche, quedan retenidas en el intestino del lactante, no alcanzando la circulación del niño, teniendo, como mucho, efectos gastrointestinales locales. Esto puede ser matizable en el caso de prematuros y en el periodo neonatal inmediato, circunstancias en las que la absorción intestinal está aumentada.
Por último, si un medicamento indicado a la madre es de uso habitual en pediatría, el riesgo para el lactante de recibirlas en cantidades mínimas a través de la leche materna, va a ser insignificante.
El tratamiento farmacológico es una de las tres razones principales de abandono del amamantamiento, a pesar de lo señalado y de que la mayoría de los medicamentos actuales son compatibles con la lactancia.
Les corresponde al pediatra, obstetra y al farmacéutico aclarar la situación y contribuir a la mantención de la lactancia.
Las principales razones para la medicación de las madres, referidas por ellas mismas, fueron principalmente para combatir el dolor de cabeza y por una concentración elevada de glucosa en la sangre.
Sin pretender ser tablas completas, se presentan dos listas de los fármacos más comunes que no son peligrosos de modo alguno y los que están contraindicados.
El empleo de tinturas para el cabello merece un comentario especial. Esos tintes se dividen en dos grandes grupos: los naturales, de menor riesgo, que contienen henna que tiñe el pelo de un color castaño; manzanilla por su efecto “mechas”; el azafrán que deja una coloración rubia, entre otras plantas. Paralelamente existen los sintéticos, derivados principalmente del amoníaco y diversas anilinas, que no deben usarse.
El amoniaco y sus vapores pueden ser riesgosos para el bebé, por lo que aconsejo no emplearlos mientras se amamante. Esta recomendación también vale para la peluquera, crónicamente expuesta a esas sustancias, que debe trabajar con guantes y en un lugar bien ventilado.