PEDAGOGÍA PARA LA PAZ

La violencia que azota a la sociedad chilena tiene un agravante significativo: hasta hace pocos años, éramos un país pacífico y cívicamente educado, conocido como “los ingleses de Sudamérica”. Sin embargo, la intimidación en todas sus formas se ha agudizado, especialmente en los grupos socioeconómicos más desvalidos, y ha impactado de manera profunda y extensa en la niñez.

El Chile que imaginan los más optimistas no solo se ve difícil de construir por la falta demográfica de niños, sino también por la barrera cognitiva de la violencia, que se extiende como una epidemia entre los jóvenes.

Para lograr transformarnos en una sociedad más justa y segura, es fundamental educar desde la niñez y enseñar a resolver conflictos de manera pacífica y negociada.

La tarea es compleja, ya que, aunque los niños vean excelentes ejemplos de convivencia en su entorno familiar, esto no basta para superar la cultura de la intimidación que está presente en todos lados.

Si bien la agresividad está inserta en la naturaleza humana, esta característica se ha modificado en varios momentos desde la prehistoria hasta hoy.  Basta recordar que cuando el sapiens superó a los demás grandes simios, hace unos 70.000 años, lo consiguió porque cambió su agresividad instintiva por el desarrollo de un pensamiento más compartido, una visión que interesaba a los demás miembros de la tribu.  O sea, desplegó la idea de la cooperación para alcanzar objetivos comunes. Entonces junto a la brutalidad innata apare el sapiens que se agrupa en torno a objetivos comunes, que podemos llamar el ganar / ganar. 

Ahí está el quid de la pedagogía para la paz: enseñar a los niños a compartir, a negociar y a resolver conflictos de manera pacífica. Esto comienza en el seno de la familia, como, por ejemplo, cuando instruimos a un hijo a compartir un helado con su hermano menor, en lugar de comérselo solo y vigilante. Aparece, entonces, la idea de negociar, mecanismo alternativo más efectivo que la violencia.

Los principales factores que impiden desarrollar esta pedagogía son:

Cultura globalizada, que enfatiza visiones como el belicismo, la delincuencia, el terrorismo y el consumo desenfrenado, propiciando la violencia como forma de resolver conflictos o la adquisición de bienes y servicios como única forma de alcanzar la felicidad.

Pantallas y videojuegos que incitan a un individualismo intolerante y no permiten a los niños ejercitar las capacidades de ceder y establecer acuerdos con sus pares, porque se entretienen solos en lugar de hacerlo con otros niños.

Fácil acceso a las sustancias adictivas que sustraen al adolescente del interés educacional y lo llevan por el camino antisocial de obtener dinero para adquirir cada vez más drogas. 

Ludopatía digital que se relaciona con el punto anterior y puede llevar a actitudes temerarias y adictivas, como los juegos de azar que facilita la formación de una personalidad compulsiva.

Deserción escolar que es el fracaso radical de la integración social y aumenta la marginación que subyace en todas las formas de violencia

Entonces, ¿cómo enfrentar este flagelo avasallador? 

Junto al estado, que tiene una responsabilidad insoslayable a la que a veces renuncia, está la responsabilidad de nosotros como adultos.  Ambos debemos complementarse en un círculo virtuoso.

El Estado Chileno se ha preocupado, pero no lo suficiente ni siempre ha obrado bien, como veremos a continuación:  

Ejemplos de muy buena preocupación son la Ley de Educación N° 20.370 del año 2007, que promueve la integración escolar y la atención de estudiantes con necesidades educativas especiales y el Programa de Integración (PIE) orientado a apoyar a niños con retraso pedagógico como Déficit Atencional y Autismo. 

Ejemplo regular es la tramitación eterna en el parlamento del proyecto de ley que regula el acceso a redes sociales menores de 14 años.  

Muy mal ejemplo o clara negligencia es lo que sucede en el Liceo Barros Arana de Santiago, dónde hay razones fundadas para afirmar que el vandalismo y los ataques incendiarios se han hecho con participación de algunos profesores.  # 

Muestra responsabilidad

La herramienta más efectiva para combatir este flagelo es casi anónima y se puede replicar en millones, por decenas de veces al día: ser modelos de comportamiento pacífico y dialogante frente a los niños, desvelándonos en desarrollar la capacidad de conversar para solucionar nuestras diferencias en la casa, trabajo, esparcimiento, deportes, etc., erradicando cualquier atisbo de intimidación, porque los niños nos observan e imitan.