DULCES SUEÑOS

Una persona de 60 años, sana, ha pasado más de 20 durmiendo. Eso revela que dormir es una actividad absolutamente necesaria en la que se llevan a cabo funciones fisiológicas imprescindibles para el equilibrio psíquico,  físico y la buena salud en general. Pero hay que dormir bien.

En condiciones normales, el sueño se divide en dos etapas bien diferenciadas:

a) Sueño REM (R) sueño de movimientos oculares rápidos, de ensoñación o sueño de inicio de cada etapa del sueño. 

b) Sueño no REM (NR)

Fase REM (R)  tiene 4 elementos característicos:

a) Presencia de movimientos oculares rápidos, de ahí su nombre.

b) Presencia de ensoñaciones emocionales activas.

c)  Se dá más frecuentemente al final de la noche.

d) El cuerpo está casi  “paralizado” a excepción de pequeños músculos como los oculares y músculos perifericos que producen pequeñas sacudidas.

La fase no REM (NR) se caracteriza por:

a) Ausencia de movimientos oculares

b) Pocas ensoñaciones, que suelen no recorase.

A lo largo de la noche hay varios ciclos de sueño, cuya duración se va alargando de 40 minutos en la infancia a 80-90 minutos en el adulto,  en los que se alternan ambas fases.

El ciclo vigilia sueño es un claro ejemplo de ciclo circadiano, que está regulado tanto por factores internos como externos. De los externos, la luz y los hábitos sociales son los más importantes.  Entre los sincronizadores internos destacan la secreción de melatonina y la temperatura corporal.

El tercer factor importante lo constituye la edad. En los primeros meses de vida, el niño se despierta más a menudo durante el sueño REM que durante el NREM. Situaciones normales como un llanto excesivo, la ansiedad de separación o el desarrollo de la autonomía personal, pueden acompañarse de alteraciones del sueño y provocar respuestas exageradas de los padres que sólo contribuirán a que el niño duerma menos aún. Los  adolescentes y adultos jóvenes prefieren acostarse tarde y levantarse tarde, mientras que la gente mayor tiende a acostarse y levantarse temprano.

Los padres pueden influir profundamente en la organización del sueño del niño, pudiendo quitarle la oportunidad de que el niño aprenda a dormirse sin necesidad de ayuda. 

Hasta los tres meses de edad, la secreción de melatonina es muy baja y continua, no existiendo un ciclo de secreción circadiano.  A partir de los 4 meses esta sustancia empieza a subir y  paulatinamente se adquiere un ciclo circadiano, aunque difiere del patrón adulto, tanto en la cantidad, duración y el momento en que se consigue su máxima secreción de melatonina.

El sueño del niño va “madurando” desde un estadio indiferenciado al nacer, con 16 a 18 horas de sueño diario hasta el sueño regular de 7 a 8 horas regulado por el ciclo circadiano del adulto con “buen dormir”

A los 3 meses se empieza a estructurar el ritmo circadiano del sueño, con la aparición de la fase REM. A los 6 meses aparece la fase NREM y la estructura es bastante similar  a la del adulto.

Es muy importante tener en cuenta algunos factores externos, medioambientales, para que el hábito del sueño se estructure bien, como son: 

a) Luz / oscuridad

b) Ruido / silencio

c) Horarios de comida

d) Hábitos de sueño

Para que estos factores externos contribuyan a promover un sueño sano, es fundamental la participación de los padres, particularmente en la distinción de luz / oscuridad y ruido / silencio.  En la noche la habitación del niño debe estar obscura y con muy poco ruido, a diferencia del día.  Por el contrario en el día, lo normal es que el bebé duerma con algo de luz natural con ruidos que provienen de la actividad de la casa o de la calle.  Esta dicotomía ayuda a que el niño aprenda a reconocer desde temprano las diferencias entre la noche y el día. 

Hábito de sueño

Los hábitos se forman. Corresponden a conductas y funciones del organismo que de tanto repetirse se transforman en rutinas que no requieren de un esfuerzo consciente para ejecutarlas.  Lo opuesto, también rutinario, es el vicio, que es nocivo.

En la formación del hábito del sueño la participación de los padres es clave, sobre todo cuando se requiere persistencia para incorporar la rutina que está detrás del hábito. Si los padres cambian de estrategia, el niño que es provclive a desvelarse se desorienta, agravando la situación. Los padres deben tener una conducta constante en el tiempo. El cambio frecuente de estrategia es el elemento más perturbador para formar el hábito del sueño.

También hay que incluir a los elementos externos que favorecen la formación del hábito del sueño, como:

a) La cuna y el ambiente general de la pieza del niño que debe ser acogedor, sin luminosidad y silenciosa durante las noches.

b) Los “tutos” o géneros, osos de peluche, y otros elementos ayudan a disminuir la angustia de estar separados de sus padres y ayudan a que el niño concilie el sueño con mayor facilidad. c) El chupete más bien ayuda. El inconveniente es que cuando los niños se percatan que ya no lo tienen en la boca, se despiertan completamente. Los problemas ortodóncicos del chupete son reversibles si éste se retira durante el primer año.

Desde los primeros días hasta ya crecidos

Durante las primeras semanas de vida las comidas están muy relacionadas con el sueño y, generalmente, el bebé se duerme después de cada mamada o biberón. 

A  esta edad el niño ya debería a empezar a percibir la diferencia entre la vigilia y el sueño. Cuando está despierto lo más conveniente es sacarlo del dormitorio y llevarlo a un lugar iluminado hasta que le de sueño. Entonces hay que llevarlo a su cuna. De esta forma relacionará el dormir con su cuna. Al revés, en el día, cuando esté despierto hay que aprovechar las características propias de éste, como habitaciones bien iluminadas y acogedoras y un mayor nivel de ruidos. Así el niño completará la adopción del ritmo de 24 horas.

El niño puede dormir junto a sus padres los primeros  meses de vida. Pero, en cuento se reconozca que empieza a adquirir el ritmo de 24 horas, durmiendo más por la noche, lo ideal es trasladarlo a su habitación.  

A partir del 4° mes los padres deben a empezar a formar rutinas.  Hay algunos elementos que pueden servir para preparar el camino, como el baño en la noche, colocarle un pijama vistoso, acunarlo, disminuir la luz y los ruidos, etc.  A los más grandecitos se les puede contar un cuento.  Se debe ser constante en el tiempo. El padre y la madre deben retirarse de la pieza antes que el niño se quede dormido, con algunas palabras cariñosas como buenas noches hijito o dulces sueños guagua querida, etc.  Siempre la misma frase. Hay que considerar que un niño puede no quedarse dormido porque está enfermo, sobre todo cuando se trata de un retroceso agudo. La otitis o la eclosión dentaria son ejemplos que los padres no olvidan fácilmente.

A los 6 meses los padres pueden ser más firmes en la rutina para conciliar el sueño y eliminar el biberón de la noche en forma progresiva.

Después de los dos años la capacidad del bebé para manejar el entorno es mayor. Empiezan a manipular en la etapa de preparación del sueño: es el clásico “cuéntame otra historia más”.

Con relación a la siesta, el niño tiene dos siestas hasta los 18 meses y una sola siesta hasta los 4 años. Después de los cinco años se llega a la edad escolar. El niño sano, con su despliegue de actividad motora en el día. Está cansado en la noche y es un buen dormidor.

En la pubertad y adolescencia la necesidad de horas de sueño se estabiliza en 7 a 8 horas, aunque el joven actual duerme mucho más en vacaciones y con el encierro de la pandemia, con la tendencia a acostarse  cada vez más tarde y levantarse después de almuerzo, desfigurando gravemente el patrón vigilia sueño.