El ALCOHOL Y LAS DROGAS EN NIÑOS Y ADOLESCENTES: ¿LLEGARON PARA QUEDARSE?

El consumo de alcohol y drogas en niños y adolescentes es una epidemia muy preocupante. Su control sólo será factible si se produce un trabajo mancomunado en las tareas de prevención, programas de focalización de los recursos sociales a los grupos de más riesgo, diagnósticos multidisciplinarios precoces y servicios terapéuticos con amplia cobertura, eficientes, efectivos y eficaces para servir a una población de jóvenes muy disímil que se inicia en el consumo de estas sustancias a edades cada vez más tempranas.

Esta epidemia es muy difícil de abordar por la contradicción cultural en que estamos insertos, ya que por una parte la sociedad busca reducir todos los factores que promueven el consumo de psicotrópicos, pero por otra es muy permisiva con los gestores de la inducción al uso y venta de los mismos. Necesitamos un cambio. Hay que denunciar al “dealer” ese personaje omnipresente, a veces de apariencia inofensiva, que les vende la droga a los muchachos o se las cambia por artículos sustraídos de sus casas o robados en supermercados o en la vía pública. No creamos que éste sea un problema de los estratos económicamente más desposeídos. No es así.  Afecta transversalmente a toda la sociedad, siendo igual de grave en Lo Barnechea que en La Pintana; en Las Condes que en Pudahuel. Aumenta progresivamente en escolares de colegios o liceos peor percibidos por su calidad docente, pero eso es por una consecuencia; éstos concentran a muchos estudiantes que han sido desvinculados de establecimientos más exigentes. Según los estudios de CONACE, en promedio, 1 de cada 40 escolares entre 8º básico y 4º medio aspira cocaína con regularidad, en cualquier establecimiento.

La dimensión social de esta epidemia es tremenda y pone en riesgo el desarrollo de la sociedad chilena, porque afecta gravemente la personalidad de los individuos jóvenes. La situación ya no puede ser más grave; según las Naciones Unidas, nuestro país compite por  el lamentable primer lugar en consumo de cocaína con España y los aventajamos a todos en la edad en que los niños se inician en esta deletérea práctica.

Un factor agravante que se descuida es el creciente uso de sustancias psicoactivas en las niñas. Algunas jóvenes pre-adolescentes realizan frecuentes “carretes” que son un espejo de las luchas feministas en reclamo de igualdades y del menor control que ejercemos los padres en saber qué hacen las muchachas en sus salidas nocturnas. Como la autoridad parental generalmente es sobrepasada, las municipalidades han tratado de intervenir con tímidas ordenanzas para regular la permanencia de menores en las calles y lugares de diversión nocturna. Sus resultados han sido efímeros. La consecuencia es lamentable. Esta epidemia que empezó siendo mayoritariamente masculina, se ha ido igualando en ambos sexos, promovida por una industria obscura que incita a la diversión nocturna en mujeres de cualquier edad, ya sea solas o en grupos.

Entre los muchos factores involucrados en la epidemia, hay que destacar el social y comunitario. El barrio o el núcleo de amigos es el indicador más preciso tanto de las sustancias como del patrón de consumo y de las posibilidades de recuperación.  Un denominador muy frecuente es el mal rendimiento escolar y la baja autoestima que tienen estos jóvenes, que han sido expulsados de diferentes colegios; que poco les importa el futuro; que quisieran vivir el presente inmediato y específicamente tener un “carrete” donde puedan jalar unos gramos, ojalá de una blanca “poco pateada”.

La familia parece ser el principal factor de protección. Es crucial la existencia de una relación armónica entre padres e hijos, que se base en el cariño y la buena comunicación. Los papás debemos participar mucho en el desarrollo de nuestros hijos y, obviamente, no dar malos ejemplos.

Revertir el problema es complejo. Se requiere del diagnóstico precoz de cualquier trastorno relacionado con el uso, abuso o dependencia a estas sustancias. El papel del pediatra es relevante, ya que somos los profesionales de la 1ª línea en la lucha contra el flagelo. Debemos partir por ocuparnos de cosas tan sencillas como escuchar, orientar o hacer preguntas dirigidas a los padres, a los propios jóvenes y a los profesores. Asimismo, estar atentos frente a una pérdida de peso, cambios en el comportamiento o cualquier síntoma aparentemente inexplicable para la mentalidad profesional común.

 Comentarios del Doctor Fernando a un grupo de adolescentes el Domingo 01 de Agosto del 2010