¿DUERME MUCHO, POQUITO O NADA?
El buen dormir preocupa mucho a los padres tanto en sus hijos como para sí mismos. Es comprensible que sea así, ya que dormir cumple una función reparadora imprescindible tanto en el plano psíquico como físico. La persona que se recoge en forma tranquila y puede alternar en forma periódica su conciencia posee una riqueza que muchas veces no valora hasta que pierde esta capacidad.
Para el caso de los niños, pernoctar es más importante aún, porque es la mejor manera de asegurar su salud. Por esta razón, acostumbrar a los niños desde la temprana infancia a que tengan ciertos horarios para reposar en la cama debe ser un objetivo primordial en la crianza de los hijos. Es una de las maneras más efectivas de incorporarles rutinas y modelos de comportamiento que serán siempre beneficiosos. Además, en el período en que cesan los movimientos oculares hay liberación de la hormona del crecimiento que permite que el niño aumente su estatura.
¿Cuánto necesita dormir un niño?
No existe una cifra precisa, ya que depende de un equilibrio interior que llamamos ciclo vigilia-ensoñación, que es propio de cada persona. Este ciclo depende de factores genético familiares como ambientales. Sin embargo, en términos generales podemos afirmar lo siguiente:
1er mes de vida: 16 a 20 horas
3 a 4 meses: 15 horas
6 a 12 meses: entre 12 y 14 horas. A esta edad el lactante ya pasa varias horas del día despierto, apareciendo, como contrapartida, el concepto de siesta. A esa edad tienen unas 4 horas de siesta.
2º año: 12 horas con una siesta de dos horas
4º año: 10 a 12 horas diarias. Muchos niños a esta edad ya sólo cabecean un rato en el día.
Escolares de enseñanza básica: entre 8 y 10 horas.
La siesta en el niño menor de tres años es muy importante, ya que a esa edad no pueden recuperar bien su energía sin una pausa intermedia. Si carecen de ella, van perdiendo el ánimo y en la tarde se vuelven muy irritables. No siempre es fácil llevar al niño a la cama, ya que prefieren seguir jugando o volver a oír el mismo cuento –sin modificaciones– una y otra vez. El padre que dese que su hijo se vaya a acostar no puede demostrar apuro. Debe primero que nada preocuparse de que la habitación esté en silencio, con el televisor apagado y escasa luminosidad. A algunos niños les gusta dormir con un muñeco, el chupete o un trapito, característica que hay que respetar porque representan una sustitución maternal. Hay que recostarse al lado del chico y cantarle o contarle alguna historia. No pasarán 10 o 15 minutos hasta que el niño se quede profundamente dormido.
Si un niño duerme mucho menos de lo que hemos señalado está enfermo. Puede ser un problema agudo, de pocos días de evolución o una morbilidad que se arrastra desde hace semanas o meses. En general, siempre será más fácil corregir un problema con poco tiempo de evolución. En todo caso, una buena anamnesis y unos sencillísimos exámenes bastarán para aclarar el problema.
Algunos lactantes presentan los típicos “cólicos del atardecer” que descontrolan absolutamente la siesta o el sueño nocturno. El clínico debe hacer un esfuerzo para aclarar su etiología, ya que pueden desorganizar por mucho tiempo los patrones del buen dormir del niño y sus padres.
A veces hay chicos que se despiertan varias veces en la noche, y sólo se tranquilizan con el pecho materno o una mamadera. Dar pecho al niño de noche es normal y está gratamente regulado por las endorfinas. Una situación anormal lo constituyen, en cambio, aquellos bebés que se despiertan a exigir la mamadera o un jugo azucarado. Esta pésima costumbre es, muchas veces, responsabilidad de los propios padres. Hay que corregirla, porque sino le acarreará graves problemas a la salud del infante y al bienestar de la pareja. El niño es el más perjudicado. Por lo pronto en su dentadura se dañará con la predisposición a las caries rampantes, otro problema es el sobrepeso, sin considerar su repercusión negativa en la formación de los hábitos. Para corregir esta lamentable conducta, hay que rectificarla de a poco, pero con cierta firmeza, asegurándonos que el niño esté cómodo, con sus pañales secos y que no traspire en exceso.