ADOLESCENTE
Uno de los desafíos más relevantes para la pediatría nacional es la salud de los casi dos millones de adolescentes chilenos.
La adolescencia, lo que falta para llegar a ser adulto es el concepto genérico que se ha usado hasta ahora. Este término, algo vago, es poco afortunado pues no apunta acertadamente a lo que hay que hacer desde la perspectiva sanitaria.
Por otra parte, la autonomía del individuo concreto, concepto inescapable unido la definición que nos preocupa, se va retrasando en la medida de que la sociedad se desarrolla. Hoy es muy frecuente que un joven de 25 años aún sea dependiente.
Es mejor hablar de adolescente, la persona joven, especifica, que está expuesta al riesgo de adquirir hábitos de vida poco saludables que afecten irreversiblemente su calidad de vida o arriesguen morir.
Entre los pediatras hay una creciente preocupación por especializarse en este ámbito, para apoyar más efectivamente en la prevención, fomento y recuperación de la salud en los siguientes cuatro aspectos interrelacionados de la vida adolescente:
a) Alcohol, drogas, actos violentos y accidentes del tránsito.
Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCD) el 26% de los adolescentes chilenos consume alcohol. Esta cifra es una de las más altas del mundo, sólo ligeramente inferior a la Inglaterra y Dinamarca y el triple de lo publicado para algunos estados de Norteamérica y países mediterráneos. Para ellos existe el atenuante de que se preocupan desde hace décadas de prevenir las múltiples conductas riesgosas relacionadas o derivadas de esta práctica. Nosotros estamos en pañales, pues recién ponemos en práctica la “Ley Seca” para prevenir accidentes vehiculares.
Es muy preocupante que el Consejo Nacional para el Control de Estupefacientes (CONACE) señale que 1 de cada 40 escolares entre 8º básico y 4º medio ha aspirado cocaína con regularidad en cualquier establecimiento, independientemente del nivel socioeconómico. Asimismo, según las Naciones Unidas, nuestro país compite por lamentables primeros lugares en el consumo de alcohol y cocaína, además de aventajarlos a todos en la edad en que los niños se inician en esta deletérea práctica.
La dimensión social de esta epidemia es tremenda y pone en riesgo el desarrollo de la sociedad chilena, porque afecta gravemente la personalidad de los individuos en desarrollo.
b) Sobrepeso, obesidad y carga de dolencias en la edad adulta
Las cifras de obesidad infantil en Chile son lapidarias; casi uno de cada cinco escolares de educación básica la sufre, según los últimos datos de la JNAEB. Estos niños lo están pasando mal en el presente y en el futuro estarán mucho peor, con una carga de dolencias invalidantes, diabetes, infarto al miocardio o al cerebro y menoscabo de su vida afectiva, por numerar algunas de las enfermedades que los harán infelices.
c) Actividad sexual precoz
Según el INE, el 75% de los varones chilenos entre 15 y 29 años y el 65% de las mujeres del mismo tramo etario se declara sexualmente activo. Paralelamente, se sabe que el ejercicio de la sexualidad responsable se adquiere progresivamente en las edades mayores de este tramo. Estos hechos explican las tasas crecientes de embarazo adolescente, parto prematuro e infecciones de trasmisión sexual entre la población joven chilena.
d) Ansiedad, depresión, intento de suicidio y suicidio consumado
Muchos adolescentes consideran el suicidio alguna vez en su vida. La ideación y el intento son potentes factores de riesgo para suicidio consumado. Además, la mayoría de los adolescentes con intentos suicidas presentan alguno de los factores enunciados precedentemente.
El enfoque que se le debe dar a la especialización en este ámbito debe ser realista y acorde con las posibilidades terapéuticas en Chile. Estas se maximizarán si se coloca el énfasis en lo bio-sicosocial y familiar.
El pediatra debe desarrollar un agudo “olfato clínico” para relacionar todo lo ya señalado con síntomas aparentemente no correspondidos, como cambios desusados en el peso, melancolía, mal rendimiento escolar e infecciones mantenidas, que no se expliquen razonablemente.
Paralelamente hay que tener presente que los padres chilenos somos deficientes para la crianza de los hijos adolescentes porque provenimos de una sociedad paternalista y machista en que la crianza era considerada “cosa de mujeres” por lo que carecemos de las mejores habilidades para guiar a nuestros hijos en estos tiempos de cambio acelerado.